lunes, 21 de diciembre de 2015

Diez minutos.

Diciembre se hace largo sin ti.
Sin tus besos revoloteando por mi cuello y sin tus dedos rozando cada centímetro de mi espalda.
Se hace frío.
Sin tus silencios llenos de significado y sin tu respiración al otro lado de la cama.

Hoy, diciembre, no ha podido con mis ganas de verte y de comerte a besos.
Ahí estabas, a las doce menos diez de la noche, parado en el medio de la plaza esperando a que mis brazos recorrieran tu cuello.
Cinco pasos me separaban de ti. De tus manos.
Los peores cinco pasos de la historia.

Llegué.
Te sentí.
Te besé.
Te lloré.

El primer treinta y uno que pasamos juntos.
Las campanas del reloj rompieron el silencio haciéndonos saber que se aproximaba un nuevo comienzo.
Y, de repente, te miré a los ojos. Y, lo supe.
Que te quiero. Y que lo hago de todas las formas posibles que se me ocurren.
Te quiero sin condiciones.
Te quiero entre cuatro paredes. Entre árboles y rocas. Entre agua y sal.
Te quiero entre sábanas de seda o entre mantas viejas.
Te quiero en tus días de tormenta. En tus días soleados.
Te quiero sin moldes ni complementos.
Así, tal y como eres.


Pero la vida no nos sonríe y, unas gotitas que chocan contra el cristal de la ventana, me despiertan tímidamente.
Sonrío con tristeza y veo la lluvia caer.
Supongo que diciembre también llora porque tú no estás aquí.