sábado, 2 de julio de 2016

Déjate romper.

Admito que te vayas.
Admito que nunca quisieras quedarte.
Admito que fueron más las cosas que no nos dijimos que las que yo creía entender en cada frase tuya.
Admito ser la culpable de querer encontrar lo que, ni siquiera, tú me ayudabas a buscar.
Podría admitir todos mis errores (y los tuyos) pero eso no me haría ni sonreír más ni dormir mejor.
No sé calcular cuántas palabras hacen falta para que mi sensatez de paso a la ilusión.
Creo que, incluso, tienen razón cuando me dicen que no se puede confiar en un corazón.

Hace días que no sé de ti.
Ni de cómo fue todo en el trabajo. Ni si has sonreído hoy.
Ni sé la respuesta a todas esas preguntas absurdas que suelo hacerte cuando quiero saber más sobre tu vida.

Tal vez, me cansé de luchar a contracorriente y, simplemente,  dejé que la vida siguiera su camino (aunque no existieran cruces donde tropezar).
Me cansé de los días de cal y de arena.
Me cansé de aparentar alguien que no soy.
No sabes lo mucho que me esforcé, cada día, en demostrarte que la vida es maravillosa.

¿Y qué, si me río por tus bobadas?
¿Y qué, si tus labios encajan en perfecta armonía con los míos? ¿Y qué, si prefiero mil inviernos contigo a un verano sin ti? ¿Y qué?
A veces, pensamos más en lo que podríamos hacer que en hacerlo.

Siempre he tenido miedo de volver a caer por arriesgar demasiado.
Pensaba que volvía a llegar la hora de intentar ser fuerte con alguien que me demostraba su valor y sus ganas de luchar pero me equivoqué. No eras valiente.
Entonces supe que, realmente, tienes razón cuando me dices que no vale la pena luchar para salvar a alguien que no quiere ser salvado.

Mi mano siempre estuvo dispuesta a sostener la tuya pero tú nunca estuviste dispuesto a agarrarme fuerte.
Y me da igual si pierdo o gano. Realmente, nunca quise una guerra.

Algún día, romperás esa burbuja que solo tú ves y alimentas. Y, en ese momento, te demostrarás a ti mismo, que eres capaz de volver a dejarte romper.