lunes, 24 de octubre de 2016

Frío.

Sentí su aliento en mi cuello.
Ese aliento frío que despertaba en mi el asco más puro que nunca jamás había llegado a sentir.

Llovía.
Había quedado con unas amigas para ir a una pastelería nueva. Un café caliente es lo mejor para las frías noches de noviembre.

Crucé la avenida como cada día. Siempre estaba llena de transeúntes. Odiaba llegar al final y tener que andar los últimos trescientos metros sin gente alrededor.

No recuerdo si él corría muy deprisa o si mis pies no avanzaban.

Sentí sus manos agarrando mi brazo.
Sentí su fuerza en mi espalda.

Aquella noche nadie me oyó gritar. Y si lo hicieron, decidieron mirar hacia otro lado o seguir escuchando su música favorita en el móvil.

No sé si dolieron más sus golpes para que callara y entrara en el coche, o el hecho de sentirme sucia y sola.

La tierra estaba húmeda y me asfixiaba cuando me abandonó desnuda y semienterrada.

Lloraba pero no quería llorar.
Quería que todo acabara. Quería pegarle golpes hasta reventar. Quería hacerle daño.
Incluso, en ese momento, podría matarle.

Sentía frío.
Frío.
Silencio.
Frío.


Supongo que nadie tiene derecho a decidir cuándo debe acabar tu vida.
Tampoco nadie tiene derecho a hacernos sentir inseguras.
No tenemos por qué ir a clases de defensa personal.
No tenemos por qué sentir miedo cada vez que paseamos por la ciudad.
No tenemos que ir con amigo o un novio para que nadie nos levante la voz.
No queremos tener que escuchar "piropos" obscenos que atentan contra nuestra integridad.
Supongo que deberían educarnos para el respeto y no enseñarnos a "no provocar".
Tenemos derecho a vestir como queramos.
Tenemos derecho a expresar nuestra opinión.
Tenemos derecho a decir "basta".
Tenemos derecho al respeto.

Tengo derecho a ser una mujer... Y me gusta serlo.