domingo, 7 de febrero de 2016

En viento de otoño.

Y pasaban los días.
Y pasaban las primaveras.
Y las hojas secas de los árboles caían.

Y aún así, ella seguía sin encontrar su camino.
Tan torpe y cabezota como siempre, se empeñaba en pensar que habría alguien en el mundo que la considerara importante. Que la echase de menos.
Se esforzaba cada día por no tropezar con la misma piedra o no caerse en el mismo charco porque las heridas en las rodillas, cada vez, dolían más. Ya no conseguía curarlas con tiritas.

Lo que más le preocupaba, era que, poco a poco, había dejado de sentir. Parecía que su corazón se hubiese hecho pequeñito y se escondiera debajo de toneladas de hielo.

Recorrió mundos, personas, sentimientos... pero, cada día, se encontraba más perdida.
Ni siquiera era capaz de recordar lo que era el calor.

Una noche, decidió adentrarse en un bosque oscuro. Tan solo quiso saber si, entre los miles de seres que había en su vida, alguno se arriesgaría para impedir que se perdiera.
De repente, un rayo de esperanza cruzó por sus ojos. Quizá no había sabido mirar bien a su alrededor.

Y pasaban las horas. Los días.
Y ella se adentraba, cada vez más, en ese bosque tan tenebroso...pero no hubo nadie a su lado.
Por su cabeza pasaron los recuerdos agradables y cálidos que había vivido con personas que la habían asegurado su mano y su hombro.

Todo acabó de golpe.

Dos gotas de agua caían por sus mejillas.

Entendió que las palabras se las lleva el viento, junto con las promesas.

Pasaron cuatro caídas de hojas cuando alguien, en el mundo, recordó su nombre.
Pero era demasiado tarde... ella se había convertido en viento de otoño.