Cuando entra el primer rayo de sol por las rendijas de la
persiana y no puedo ocultarme de él entre las sábanas y tu pecho.
Los malos días son todos aquellos en los que no puedo
besarte, ni contar los lunares de tu espalda, ni fingir que no me río cuando
haces bobadas.
Los días malos son cuando estallo y no estás tú para retener
la onda expansiva.
Cuando intento y no consigo. Cuando me pierdo y no me
encuentras.
Los días malos son cuando te echo de menos. Cuando camino
por el parque sin tu mano. Cuando se me ocurre un chiste malo y no lo escuchas.
Los días malos son cuando pienso “ojalá estuvieras aquí”.
Cuando te siento lejos, a kilómetros de donde estoy.
Los días malos son cuando nadie me hace rabiar. Cuando no
puedo enfadarme contigo por cualquier bobada y tú no puedes besarme en la
frente.
Cuando no puedo llorar de la risa contigo mientras hablamos
de cosas que solo nosotros entendemos.
Los días malos son todos aquellos en los que no puedo calmar
tus angustias o silencios con mis labios. Cuando tengo frío y no tengo tus
manos en las mías para entrar en calor.
Cuando no puedo cantar a voz en grito las canciones de mis
películas favoritas sin que me mires como si estuviera loca pero te dé igual.
O cuando no puedes quejarte porque me dedico a repetir los
diálogos de las películas que tienes pendientes de ver.
Cuando no estás, cuando te echo de menos, cuando no hay
tiempo… esos son los días malos.